La primera vez que te vi
te soñé de blanco
como el vestir de un ángel.
La primera vez que te vi
te soñé coronada
con un bello velo
que apenas escondía
el mundo de tu belleza
y que dejaba escapar
tu cándida sonrisa.
De fondo la marcha nupcial
marcaba tus pasos
camino a la felicidad,
acompañada de tu alegría
presumida.
Dichoso sea aquel mortal
que se honré al estar junto al altar
esperando a su doncella,
esperando ser portador
de tu anillo para entregártelo
bajo sagrado juramento.
Un anillo precioso y dorado
que tiene el gravado del amor
y que en tu mano
te dará el poder de la felicidad.
Bendito sea aquel
que recibas no como esposo,
sino como amante eterno.
Dichoso el que reciba
el sí de tu corazón,
el que duerma
y despierta en tu cuerpo.
Privilegiado sea quien cuide de ti
y cure tus fiebres.
Bien saben todos
que mi único merito
para llevarte al altar
es el amor que por ti
llevo hasta en la sangre,
lo demás… no tengo.
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