lunes, 23 de enero de 2012

Los cien días del plebeyo

Nunca acostumbro a escribir artículos sobre otros autores, a no ser que sean relevantes, importantes o muy interesantes; es el caso de ésta bella fábula que quiero compartirlo con ustedes para su reflexión.  

Una bella princesa estaba buscando un consorte. Nobles, ricos y pretendientes llegaban de todas partes con maravillosos regalos: regalos, tierras, ejércitos, tronos…
Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo que no tenía más riquezas que el amor y la perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar dijo:

-       Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropa que las que llevo puestas. Esa será mi dote.

La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar:

-       Tendrás tu oportunidad: si pasas esa prueba me desposarás.

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente permaneció afuera del palacio, soportando el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente súbdito siguió firme en su empeño si desfallecer un momento.

De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, que con un noble gesto y una sonrisa aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas, se hicieron apuestas y algunos optimistas comenzaron a planear los festejos.

Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y, sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar donde había permanecido cien días.

Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó:

-       ¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr la meta, ¿Por qué perdiste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste?

Con profunda consternación y lágrimas mal disimuladas, el plebeyo contestó en voz baja:

-       La princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi amor.

Compiladores: Jaime Lopera Gutiérrez y Marta Inés Bernal Trujillo.
Obra: La culpa es de la vaca.


Por muy enamorado que estemos, jamás debemos sacrificar lo que tenemos por alguien que no merece nuestro amor, el amor maravilloso pero aún lo es más con dignidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario