Cuando Sócrates fue
notificado sobre las acusaciones que se le imputaban mandó llamar a un defensor.
El ateniense que estaba dispuesto a abogar por él, le planteó su estrategia de
defensa y luego que Sócrates lo escuchara, antes de su juicio, el filósofo le preguntó
a quien iba a defenderlo.
- ¿Con ese discurso que
clase de bien crees hacer a los jueces?
– Es tu bien el que quiero Sócrates,
no el de los jueces. Le respondió el orador.
- ¿Le harías un mal para
hacerme un bien a mi? Le preguntó a su abogado.
– Sí, le respondió.
– Pero, ¿Cómo me puedes
hacer un bien haciéndole un mal a ellos? Crees sin duda que el mejor bien es la
vida.
– Si! Le respondió el orador.
- ¿La vida en la mentira o
la vida en la verdad?
– La vida en la verdad. Le contestó.
– Pero si le respondes a las
mentiras de mis acusadores con otras, si los persuades con halagos, la vida que
yo ganase con tu elocuencia, ¿No quedaría manchada por tal ardid? No, la vida
solo merece ser conservada con alegría y la única alegría para el hombre es
buscar la VERDAD sin rodeos. La vida vale si se espera encontrar un día la
verdad, y la verdad, como las estrellas, es difícil de alcanzar.
– De modo que te quieres
condenar. Le dijo su defensor.
– Si la democracia quiere mi
muerte, tendrá sus razones. Me defenderé yo solo. Y despidió al orador.
Todos los abogados emplean
más mentiras que la verdad para librar a su defendido de una pena, el filósofo
aboga solo por la verdad.
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